topbella

viernes, 1 de octubre de 2010

Un simple charco, entre millones.



Era un simple charco oscuro arraigado en el asfalto del parking. Su diámetro sería de metro y medio. Agua estancada producto de infinitas gotas de lluvia caídas en los últimos días. Pasaban las horas y el charco continuaba existiendo. El cielo gris quedaba reflejado en su superficie pulida y brillante, reflejando las nubes tormentosas. De noche, la palidez de la luna reflejaba su silueta en el espejo acuoso. De día algún que otro mosquito se acercaba a su superficie. Alargaba su trompa y se ponía a beber. Y a su vez el charco bebía del mosquito. Y el insecto desaparecía para siempre. Volvía a pasar la tarde y al anochecer una nueva tromba de agua se encargaba de amamantar el contenido del charco, haciéndolo aumentar en tamaño hasta el alcance de los dos metros de diámetro. Al día siguiente un pajarillo curioso se acercó para paliar su sed. Brincando sobre sus dos patitas frágiles, se arrimó al borde de la charca y se dispuso a beber de la misma. La intención con respecto al pajarillo por parte del charco fue recíproca y del pajarillo no se supo más. El resto del día se tornó lluvioso y el charco se agrandó veinte centímetros más. Pasada la medianoche el ulular del viento creaba ondulaciones sobre la superficie del charco. Y al poco un perro vagabundo se aproximó a su lado. Olfateó su contenido, dudando antes de extender su lengua sedienta para beber a lametazos un poco de agua. El charco contempló a su nuevo visitante con variopintos reflejos derivados de una lejana farola que aún funcionaba en el parking. Un triste gañido se propagó por el aire, seguido de un chapoteo. Diez segundos de tenaz lucha, y el charco se apoderó del cuerpo del animal. Surgió un borboteo en toda su superficie conforme el can desaparecía para siempre disuelto entre el conjunto de millones de gotas de lluvia contaminada allí reunidas en un sólo cuerpo líquido. Ahora la charca medía tres metros de diámetro. Y cada vez que llovía, era un milímetro más profunda.